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Clásicos sin papeles: cuándo sí y cuándo no

Muchas veces el entusiasmo de aquellos que se introducen por vez primera al mundo de los clásicos hace que caigan en situaciones poco felices como la compra de un auto que podrá estar en buenas condiciones, pero carece de documentación. En este informe desmenuzamos el asunto, con las opciones a seguir en cada caso. 

José Luis Zampa

“Conseguí una ganga”, dijo el caballero por celular a su chapista. “Compré un Falcon espectacular a 10 veces menos de lo que vale, pero sin papeles”.

“¿Sin papeles, sin ninguna documentación?”, inquirió el experto en restauración de clásicos. “Sin papeles, pero se le puede hacer… ¿O no?”, respondió lacónico el cliente. Del otro lado un silencio sepulcral lo dijo todo. No era ninguna ganga, sino todo lo contrario.

Este diálogo se reproduce constantemente en el mundo de los automóviles clásicos y antiguos que, por haber quedado abandonados muchos años y tras el fallecimiento del titular, se convierten en verdaderos clavos capaces de romper las ilusiones y quebrantar los ahorros de los entusiastas más inexpertos.

Para que quede claro: comprar un vehículo antiguo sin documentación jamás fue buen negocio, a menos que el interesado guste de circular al margen de la ley, ya que no se pueden asegurar ni tampoco acreditar como propios en ninguna instancia.

De todos modos, muchas personas deciden dar el paso. Compran un auto antiguo a sabiendas de que la documentación se extravió y de que el titular falleció. Y lo hacen conscientemente, impulsados por dos motivos que, en algunos casos, justifican la operación. Esos dos motivos siempre tienen que ver con recuperar patrimonio histórico que de otro modo se perdería en un desguace.

Veamos uno de esos tópicos. Es posible que una persona compre de buena fe y a un precio acomodado el auto que alguien ofrece públicamente en redes sociales o en páginas de compra y venta, con la intención de utilizar el vehículo como donante de piezas para completar un proyecto complejo.

Vamos a poner como ejemplo un modelo difícil: un Torino Lutteral Comahue de cola trunca al que le faltan partes esenciales para ser terminado. Especialmente los singulares guardabarros traseros, que eran modificados con un suplemento de fibra cuyos cantos afilados completaban la estética tan personal de aquel “fuori serie” de los años 70.

¿Se consiguen esos guardabarros tan específicos? De ninguna manera, ni nuevos ni usados. La única forma de acceder a un par en condiciones más o menos recuperables será mediante un donante. Es decir, un auto del mismo modelo que ya no pueda circular. En general, los donantes ideales son los vehículos que quedaron olvidados en el galpón del abuelo, dormidos por décadas, sin haber sido incluidos en proceso sucesorio alguno. Es decir: sin papeles.

En ocasiones estos automóviles sin documentación (o con ella pero impedidos de iniciar el trámite de transferencia) enfrentan un destino romántico: son desarmados prácticamente por completo de manera tal que sus componentes útiles (y que no estén grabados conforme la legislación actual) sirven para devolverle la vida a otro de su misma especie que padeció los rigores de una existencia agitada pero cumple con los requisitos indispensables para continuar surcando caminos: el título, la cédula verde y el titular firmante del formulario 08.

Nos quedó la segunda opción. Y es la más aplicada para el caso de automóviles cuya cotización haya ascendido a niveles astronómicos por la escasez del modelo. Aunque un Falcon o un Chevrolet 400 podrán ser fantásticos clásicos, su valor de mercado nunca estará (al menos en este momento histórico) a la altura de un Ford T de 1920 o de un Whippet de 1930. Los clásicos ancianos son, justamente, aquellos vehículos que se compran y venden para restauración aunque carezcan de escritura.

¿Cómo es eso? Comprar un vehículo centenario cuyo dueño obviamente ya no está en este mundo no constituye delito. El principal recaudo a adoptar es que el auto en cuestión haya estado empadronado (en el Registro de la Propiedad del Automotor), pues a partir de su legajo, aun con el titular ausente y siempre que nadie haya reclamado la propiedad del bien, el adquirente de buena fe podrá iniciar el proceso conocido como “prescripción adquisitiva”. Para ello deberá hacer la “Denuncia de Compra”.

Como sucede con tantos inmuebles cuyos títulos se extraviaron, es perfectamente posible iniciar el trámite de prescripción. En el caso de los automóviles, en el intersticio de tiempo que demoran las constataciones previas (24 meses durante los cuales un tercero que se crea con derechos al bien podrá oponerse), el Registro otorgará la cédula de “mero poseedor” a quien tenga en su poder el automóvil, de manera tal que pueda circular.

Una vez finalizada la prescripción, con todas las notificaciones cumplidas, el nuevo dueño del auto recibirá un título de propiedad con el nuevo dominio, además de la correspondiente cédula identificatoria. Alcanzar esa meta representa para muchos apasionados por los autos históricos un logro superlativo, no sólo por la complejidad del proceso sino por sus costos, que siempre serán de seis dígitos. Recomendación final: siempre conviene un buen gestor, avezado en estas lides y de confianza.

Cuidado con los ponchos

Una práctica desleal (e ilegal) muy usada en el mundo de los autos es la de cambiar la numeración de la carrocería o, literalmente, mudar la carrocería de un auto a otro que sufrió un siniestro y quedó inutilizado. 

Por lo general, cuando esta maniobra se lleva a cabo permite eludir el trámite de prescripción adquisitiva y se vale de la habilidad de algún taller con pocos escrúpulos donde un auto (posiblemente robado) es desarmado para que permitir que su plataforma sirva como base de reconstrucción de otro cuya documentación es legal. Con numeraciones adulteradas si fuera necesario o simplemente cambiando algunas placas identificatorias, un vehículo se transformará en otro reluciente mediante este pase “mágico” urdido por los chicos malos. 

Ocurre también en el ámbito de los vehículos centenarios. 

Y con mayor facilidad, ya que las carrocerías se cambian como quien se quita un poncho y se pone otro. De ahí el apelativo “poncho”.

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