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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Rescatar bólidos perdidos, una pasión que recupera la historia

Los autos de carrera suelen terminar desarmados en talleres, reformados para correr en nuevas categorías, penalizados por cambio reglamentarios. Así se extraviaron en el tiempo verdaderas joyas del automovilismo nacional. Pero como no todo está perdido, los rescatistas de incunables mecánicos siempre entran en acción para devolverlos a la vida.

El automovilismo suele ser ingrato con los bólidos que marcaron la historia. Muchos autos ganadores, protagonistas de las más aguerridas batallas en las pistas y rutas argentinas, terminaron perdidos en talleres donde fueron modificados para competir en diferentes categorías.

Si bien muchos incunables se conservaron gracias a la visión de algunos entusiastas, hay otros que volvieron literalmente a la vida como resultado del esfuerzo y la decisión de apasionados que se dedicaron años a rastrear la más insignificante pista, hasta dar con ese tesoro mecánico que permaneció desaparecido por décadas.

Considerados héroes de la conservación histórica, los rescatadores de vehículos de competición pueden llegar a compenetrarse tanto con su misión que dejan de lado incluso sus proyectos personales, estudios o trabajos con tal de concretar el sueño de reencontrarse con esa máquina extraviada para volverla a la vida.

Es el caso de los actuales propietarios de dos joyas del automovilismo deportivo nacional como con el Torino N° 2 de las 84 Horas de Nürburgring y el Cuadrado de Peduzzi, fierros de los años 60 que en distintos momentos históricos marcaron hitos inolvidables en el deporte motor.

Ellos son Mario Suárez y su hijo Francisco Suárez Piazza, quienes emprendieron en la década pasada un proceso de rastrillaje que los llevó por varias provincias del país hasta dar con la coupé Torino que faltaba para completar el trío que la fábrica IKA-Renault llevó a correr en una de las pruebas de resistencia más exigentes del mundo, en el infierno verde de Nür, Alemania, donde los autos argentinos descollaron bajo la dirección técnica de Juan Manuel Fangio.

Un aviso vintage de la sección “Corsificados” (clásico de la recordada revista Corsa) le había dado la pista a Francisco mientras su padre armaba una réplica del Torino N° 2. Fue el primer paso de una minuciosa tarea detectivesca que permitió encontrar (en 10 provincias diferentes), las partes originales del auto. Por un lado el motor, por otro las ruedas, en un campo chaqueño el tanque de combustible, en algún recóndito taller las butacas y así hasta que apareció el auto, desarmado, en un campo de Santa Fe.

Hoy el Torino N° 2, que en 1969 fue conducido por Jorge Cupeiro, Gastón Perkins y Eduardo Rodríguez Canedo, goza de buena salud después de un profundo proceso de restauración que llevó varios años y que tuvo como corolario el libro “Proyecto Fangio”, en el que Francisco Suárez Piazza relata paso a paso la proeza del rescate.

Eso no es todo: la dupla Suárez-Suárez se embarcó más tarde en el hallazgo del Cuadrado, auto emblemático del TC ya que era un Chevrolet Coach modelo 1929 que el aguerrido piloto Ricardo “Tola” Peduzzi pusiera en pista durante los años 60, rivalizando con prototipos muy avanzados comparativamente. Y Pancho (como le dicen sus amigos más cercanos a Francisco) lo hizo de nuevo.

Fue a partir de un texto firmado por el ilustre periodista Alfredo Parga que Francisco pudo encontrar el hilo investigativo que le permitió encontrar al famoso Cuadrado, arrumbado en un pastizal de la periferia formoseña. Hasta allá viajó para negociar con el piloto retirado que se había quedado con el auto cuando Peduzzi decidió dejar de utilizarlo. Y por supuesto, tras cerrar trato ambos rescatadores (padre e hijo Suárez) iniciaron la restauración más compleja que hayan enfrentado. Para tener una idea: contó Pancho que el Cuadrado lleva piezas de unos 100 vehículos diferentes, llantas específicas y hasta un radiador de acepte perteneciente a un tanque de guerra Sherman. Todos esos componentes fueron encontrados en su meticulosa faena, que dio como resultado otro éxito. Hoy el Cuadrado del recordado “Tola” Peduzzi se presenta orondo en encuentros históricos donde es celebrado por la multitud.

A todo esto, hace pocos días en el diario Infobae se dio a conocer otra historia similar relacionada con la coupé Ford que perteneciera a Juan Gálvez, el más ganador de los pilotos que hayan corrido en Turismo Carretera a pesar de que falleció trágicamente en 1963, a los 47 años, cuando ya había cosechado nada menos que 9 campeonatos de TC.

El auto de Juan quedó maltrecho después del accidente mortal de Olavarría (donde pierde la vida por negarse a usar cinturones dado que temía quedar atrapado en un incendio), pero fue recuperado para correr en otras categorías y así pasó de mano en mano hasta quedar reducido a chatarra, en un predio de los hermanos José y Alfredo de la Cruz. Arrumbados en una bodega mendocina, José de la Cruz estuvo a punto de canjear los despojos por una bicicleta, pero le llegó el dato de que podría tratarse de un auto con historia. Revisó sus colecciones de la revista Automundo y cayó en la cuenta de que estaba ante la coupé del multicampeón Juan Gálvez. El dato revelador fue un enganche improvisado por el propio Gálvez en la zona posterior del auto, que luego fue certificado como original por especialistas de la época.

Enterado del hallazgo, Ricardo Gálvez, hijo de Juan, lo compró y lo cedió a la ACTC (Asociación de Corredores de Turismo Carretera), que finalmente logró recuperarlo para ser exhibido como patrimonio histórico. Desde entonces reposa en el autódromo Roberto Mouras, donde es presentado para deleite de las muchedumbres en distintas exposiciones y competencias.

¿Qué hubiera pasado con estos autos, partes medulares de las épocas más gloriosas del automovilismo argentino, si no hubiesen sido rescatados por los entusiastas que investigaron hasta encontrarlos? Seguramente serían un recuerdo perdido en el tiempo y nada más. Es por eso que este informe cierra con un reconocimiento a todos los amantes del patrimonio histórico rodante, pues gracias a ellos es posible conocer cómo era correr en los tiempos pretéritos de aquellos ases del volante que llegaban a dar la vida movidos por una irrefrenable pasión: la velocidad.

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