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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La Dama de Hielo

 

Por José Luis Zampa

 

Los misterios del poder esconden ciclos de repetición espiralada. Como si estuviéramos signados a revivir el día de la marmota, las crisis se repiten, la recesiones se copian a sí mismas y sucesivos líderes que se autoperciben elegidos para refundar la nación encuentran el horcón del medio en el que está a su flanco, ese aliado obligatorio, si se quiere forzoso, que el sistema republicano ha concebido bajo la figura supletoria del vicepresidente.

El vice es el segundo, pero siempre sabe que puede ser el primero. De hecho, está a centímetros de alcanzar el pináculo. Solamente basta con que el uno de la fórmula sufra alguna circunstancia inmanejable como la muerte, la enfermedad o lo que sucede por estas horas con el estilo de un presidente atípico, temerario al extremo de contradecir al sistema político hasta quedar desguarnecido, a tiro de juicio político. 

¿Qué es esto que sucede? La demostración de que el hiperpresidencialismo argentino puede encontrar sus límites en el momento menos pensado y que de tanto esputar a las asambleas, de ellas emanarán las consecuencias. Por ejemplo, advertencias como la propinada por el Senado el viernes a la noche.

Las ratas hablaron en el recinto. Y usamos aquí la palabra “ratas” sin ánimus injuriandi, sino al solo efecto de recordar hasta qué extremos llegó Javier Milei en su estrategia de desprestigio dirigida a ese Poder Legislativo al cual desprecia pero que al mismo tiempo necesita para llevar a cabo su plan de déficit cero sin ser reprobado hasta por sus mecenas del Fondo Monetario.

Porque de la seriedad institucional depende todo. Un error en las formas puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso de una administración que, en las cuestiones de fondo, pareciera sostener sus objetivos sobre la base de convicciones firmes, genuinas y, por ende, intelectualmente honestas. Aunque de matar de hambre a las masas se trate para alcanzar el superávit fiscal, nadie puede decirle a Milei que escondió sus intenciones.

El problema pasa por las formas y así lo advirtió la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien pasó de amiga a villana en segundos como consecuencia de su decisión de habilitar la sesión senatorial para tratar el DNU que es, hoy por hoy, la única herramienta legislativa con que cuenta el jefe de Estado para gobernar con la velocidad y la dirección que mantiene en su vertiginosa revolución ultraliberal, anarcocapitalista, libremercadista o como se la quiera catalogar.

Dijo un reputado profesor de sociología en amable confidencia a este cronista: Milei ganó con votos peregrinos y tendrá que negociar si no quiere terminar mal. Es verdad, pero su doble personalidad plantea un enigma para los dispuestos al concilio. Es un gobernante pendular, ciclotímico y hasta bipolar. No es para nada original la comparación con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, esa misma persona cuyos brotes de crueldad desatan el pavor generalizado hasta que su otro yo, intelectualmente brillante, inspira valores como la esperanza.

Villarruel interpela con sus modos este defecto de la doble faz de su compañero de fórmula y, si bien dice apoyarlo “espalda con espalda”, establece un “pero”. Ese pero marca un abismo entre los estilos de ambos, dado que la número dos del Gobierno Nacional jamás caería en la verbalización cloacal del aleonado presidente. Nunca descalificaría a sus adversarios en los términos oligofrénicos del ejército de haters que muestran a Milei orinando sobre la cabeza de un gobernador.

Villarruel aprovechó el momento. Así como Milei escaló al poder en medio de una oportunidad histórica generada por el desastre económico de sus antecesores, la vicepresidenta encontró una ventana para diferenciarse por partida doble con su determinación de llamar a sesión tal como habían solicitado los senadores de la oposición. Y pontificó mediante frases que la pintan maquiavélica. Citemos dos: “No vine a ser Cristina Fernández de Kirchner” y “hay que entender que el Poder Legislativo es independiente”.

Al contrario de lo que pudiera pensarse en una primera impresión, ser maquiavélico no implica un disvalor. Primero porque Nicolás Macchiavelo no era un maléfico arquitecto de los gobiernos despóticos, sino un filósofo que intentaba explicar con ejemplos históricos los vericuetos a superar para llegar, mantenerse y expandir el poder.

Movido por su afán íntimo de unir a Italia en el Renacimiento, Macchiavelo dejó un legado que se convirtió en una caja de herramientas para la interpretación política de los actos humanos. Una bitácora que la vicepresidenta utiliza a la perfección para decir que no es Cristina, pero que tampoco es el loco que se defeca en los escaños. El aristotélico principio virtuoso del equilibrio como eje de una posición la enaltece en medio del fragor de una pulseada entre lo que el jefe de Estado define como “casta” y lo supuestamente nuevo, que viene a ser él mismo.

La imagen de Milei en sus 100 días de gestión no decayó como la clase política tradicional hubiera esperado si algún otro adoptaba las medidas dispuestas por el hombre de la motosierra, quien logró instalar con eficacia el argumento de que “no hay plata” y que, por lo tanto, transitamos un tiempo de sacrificios para sincerar la economía a la espera de un proceso de crecimiento que se iniciaría a partir de la caída de la inflación y la reducción del déficit fiscal.

En los números macroeconómicos el morador de Balcarce 50 tiene logros para exhibir y sobre ellos edifica su discurso destinado a una mayoría de argentinos que todavía prefiere comer salteado y vivir sin aire acondicionado antes que caer en la monotonía subsidiaria de antes, cuando todo era correr detrás de la ola inflacionaria con aumentos salariales obtenidos por sindicalistas funcionales al poder de turno. Ese pasado reciente, insípido y sin expectativa de progreso, funciona en la psiquis colectiva como factor justificante del ajuste salvaje de un presidente que pregona la autodestrucción masiva sin que sus votantes lo asimilen en toda dimensión, cuando define al Estado como organización criminal.

Victoria Villarruel, a quien los odiadores de la granjita de trolls mileicistas quisieron ver ahorcada en una inquisición imaginaria, fruto de un aluvión de ataques digitales, se mantuvo estoica y emitió un mensaje por video grabado en el que se la puede ver como la reencarnación de su padre, el fallecido teniente coronel Eduardo Villarruel, héroe de Malvinas, subordinado de Aldo Rico e integrante de la lucha antisubversiva decretada por la presidenta María Estela Martínez de Perón en 1975, en el llamado “Operativo Independencia”.

Mirada penetrantemente fría, sonrisa inalterable, tono de solvencia atribuible a su sólida formación académica, mujer antifeminista, defensora de los militares presos por haber sido partícipes de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura, Villarruel demostró que es capaz de soportar hasta los cañonazos mediáticos del vocero presidencial para mantener posiciones en una guerra declarada con su compañero de fórmula. ¿Qué le dijo Manuel Adorni? Nada y todo: usó su nombre para aleccionar a los que se aferran a la “victoria” temporaria de un resultado circunstancial en el debate legislativo.

Claro que Victoria tomó nota. Inconmovible, usó sus recursos negociadores para erigirse como garante de la institucionalidad que reclama el FMI cuando advierte a Milei que su plan económico no debe percudir la relación entre gobernados y gobernantes, como tampoco romper el esquema de división de poderes del que depende el funcionamiento de una república. 

En las redes, aparece con fervor una cuenta llamada “Capitana Villarruel”. Allí se puede ver a sus admiradores en acción. La mayoría pertenecientes a fuerzas militares o de seguridad. Un flanco del que fue desplazada por el propio Milei, quien prefirió a su ex adversaria Patricia Bullrich.

Los extremos se juntan en materia ideológica. De “Evita Capitana” a “Capitana Villarruel” puede haber años luz, pero si un loop de la historia la instalare un escalón por encima del que actualmente ocupa, sus evidentes cualidades de captación social serían puestas en práctica en el ejercicio efectivo del poder. ¿Es esto posible? Claro que sí. Solamente bastaría que la sucesión de errores no forzados que viene protagonizando el presidente harten a los otros Poderes del Estado.

Hace un tiempo, cuando todavía no ganaba las elecciones, el presidente entronizó como ejemplo de estadista a la “Dama de Hierro”, la eterna enemiga británica Margareth Thatcher. Si continúa comportándose con tales modos, cometiendo hocicadas como las que llevaron al peronista formoseño José Mayans a solidarizarse con la vicepresidenta, Milei podría lamentar haberla elegido como su copilota, pues todo eso que valoró en la personalidad gélida de Thatcher se le podría volver en contra con Villarruel, negacionista de las torturas, las desapariciones y las apropiaciones de bebés en los años de plomo. Lo que se dice, una auténtica “Dama de Hielo”.

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