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Carlos Gordiola Niella o “fundarle bocas al desierto”

Juan Carlos Ramón Gordiola Niella nació en Caá Catí en 1919 y falleció en Corrientes en 1982. Escribió poesía, cuentos, ensayos y obras de teatro. Fundó en su pueblo natal la revista Panambî y el Pequeño teatro. Ejerció como docente en Caá Catí y en la cárcel de Corrientes. Algunos de sus poemarios son: Quietud poblana (1946), La Aldaba Herrumbrada (1953) y Zona de Penumbra (1966). En teatro publicó: Dicen que es teatro (1977). En narrativa: Con matasellos de Caá Catí (1978). En su pueblo una calle lleva su nombre y su antigua casa es un museo.
 

Sabado, 31 de mayo de 2025 a las 14:40

En este mayo que se va, lluvioso en Argentina, y caluroso en Madrid que parece desconocer el dicho “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, se cumplió el ciento seis aniversario del nacimiento del poeta Juan Carlos Ramón Gordiola Niella; más conocido como “Cancho”; el maestro Cancho que enseñaba a sus alumnos de sexto grado, incluso matemáticas, a través de cancioncillas y de versos rimados, según han referido alguna vez sus antiguos alumnos de la escuela Conrado Romero de Caá Catí.
Son muchas las anécdotas que se cuentan del poeta entregado en cuerpo y alma a la poesía, a esa “manía fisiológica de cultivar versos” como el mismo dijera; pero, quizá, la más curiosa sea que Cancho tenía en su casa de Caá Catí un ataúd llamado Felipe, que se hallaba de pie al lado de su cama. Y más curioso se torna el asunto si agregamos que alguna noche de trasiego de ginebra y de amigos trasegados sacaron en la alta madrugada a pasear a Felipe, con un ocupante que feliz en su muerte saludaba a los perros que salían al paso del fúnebre…convoy.
Sabida es la larga amistad que Gordiola cultivó con David Martínez, otro grande la poesía correntina. Ambos caacatianos se escribían cartas ya que David se hallaba radicado en Buenos Aires. Los dos publicaron su primer poemario con cinco años de diferencia, es decir en el 40 (Cancho) y en el 45 (David). En alguna de esas cartas Martínez le escribía lo siguiente:

“¡Oh tu lejano acento y el mugido
de quietud que alimenta tu poesía!
Miro la tarde afuera…Me despido
en tu umbral de acuarelas y guitarras.
Tienes mis manos y quédame de guía
Esa tu noche herida de cigarras”.

Otros poetas como Alfredo Mariano García y Juan José Folguerá también le dedicaron poemas que acompañaban a las cartas que se escribían. (Este cronista insiste en remarcar el intercambio epistolar entre los poetas, porque hoy en día resulta acaso un anacronismo).
Caá Catí lo recuerda. Tiemblan las casuarinas y la copla se desata. Las palabras del maestro Cancho siguen andariegas para “que la verdad se diga”; por algo debe ser…tal vez porque el corazón de Juan Carlos Ramón Gordiola Niella sigue en el mapa, un mapa plagado de estrellas.
¡Salud, poesía y libaciones!

Muestrario mínimo

Nocturnillo
Cruz tirada en el suelo: 
tristeza de mariposa muerta. 
Masca la sombra 
voces antiguas que consuelan. 
Tenía yo una guitarra guardadora 
de canciones y ausencias... 
Pero hoy mis manos son de tierra.
(La luna se hace blanda 
para untarles primavera). 
¡Oh, manos ayer sapientes 
de caderamen y trenzas! 
Absurdo estoy bajo la noche,
sólo con una absurda pena. 
Si es por pedir, he de pedir un ala 
para tajar esta quietud pueblera. 

(De La Aldaba Herrumbrada)

 

Sonetos de la soledad
1
He de frenar la queja y el llamado 
y la ansiedad de voz y compañía, 
así me hiera el beso que se enfría 
desde otro antiguo beso congelado. 
Ni la protesta viva ni el callado 
presentimiento sangrarán mi vía. 
Por esta blanca soledad, tan mía,
a nadie nada le será culpado.
Diré que si estoy solo, buenamente, 
fue porque así lo quise, inconsecuente 
con el llanto, la risa y sus espejos... 
Para después, mintiéndole distancia, 
entablillar con un ciprés el ansia 
quebrada en horizonte de reflejos.

2
Ya se me da mi soledad entera
con abandono de hembra conseguida: 
sacrificio total y resistida 
tiranía en el paso y su quimera. 
Como derrama tras viñedo y era 
un celarle minutos a la vida, 
se trueca en anhelada y en temida 
cartuja de panales y salmuera. 
Equitativa ronda, numerosa, 
viajando de las espinas hasta la rosa 
para fundarle bocas al desierto... 
Y a veces, casi material, me envuelve 
con ambiguos enigmas que resuelve
la mesa desde un único cubierto. 

3
Con cal y canto, canto esta clausura 
fronteras al polen y la abeja: 
mi huerto rola una vejez tan vieja 
que el pétalo desmiente singladura. 
Por eso acepta la mirilla oscura, 
sin acortar el paso que se aleja, 
tú que vienes en célula y conseja 
a replicar aldabas de ternura.
Aunque quiera no puedo dar posada 
que se me nombra desposada 
esta amada y odiada soledad. 
No esperes ni aletazo de pañuelo
que, sublimado en un dolor sin duelo, 
ya le niego saludo a la piedad.

10
En féretro de vidrios, abolida 
mi existir encerró su primavera,
y esa guarda, lo sé, no es ni siquiera 
aquella de la niña adormecida. 
Nada del beso que le diera vida 
llega desde su fábula a mi espera, 
y al sueño tengo realidad frontera 
en estable vaivén de despedida. 
Ya me puedo tender junto al camino, 
quizá para saber de otro destino
en árbol renaciendo vertical... 
Pero ha de ser si cuando el aire ronda 
puedo cantar, desde su herida fronda, 
como no pude nunca, por mi mal. 

(de Zona de penumbra)
 

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