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Les digo lo que pasará hoy y mañana

Sabado, 25 de octubre de 2025 a las 23:08

Llegó el gran día de las elecciones legislativas que más expectativas y tensiones hayan generado en los últimos años. Desde aquella derrota que el supermercadista colombiano Federico De Narváez Steuer le infligió a Néstor Kirchner y su troupe de candidaturas testimoniales, en 2009, ninguna parlamentaria había despertado el interés de las masas apolíticas que, en esta ocasión, estarán mirando el guarismo como si se tratara de una presidencial.
El que haya concentrado tanta atención de los independientes es un síntoma de que la elección de hoy se presume como una enorme sorpresa que las encuestas no han logrado desentrañar debido a un problema creciente que borronea pronósticos a medida que más indagan los consultores: el sigilo de los votantes sorprendidos por sus propias íntimas decisiones.
Es el voto silencioso, un mandato del fuero interno que el ciudadano promedio se da a sí mismo impulsado por motivaciones inconfesadas. Puede ser que el elector del que hablamos se muestre como prescindente de cualquier tendencia partidaria y que él mismo haya creído que su voluntad no importa tanto porque, después de todo, una golondrina no hace verano. Hasta que un día el bolsillo se le vació y decidió tomar posiciones inéditamente comprometidas.
Puede ser también que un elector de la misma categoría pero distinto estatus haya pensado siempre que nunca sirvió de mucho concurrir al cuarto oscuro (que hoy dejará lugar a los biombos con la boleta única de papel) porque las muchedumbres más permeables a las estrategias clientelares desaprovechaban los proyectos más edificantes del liberalismo antipopulista, hasta que un día tomaron conciencia de que el ausentismo puede hacer que vuelva “esa mujer” de San José 1111.
En momentos de alta volatilidad social esos votantes sigilosos deciden salir al ruedo sin decir agua va. Y lo hacen enmascarados por una conducta de equilibrio que ofrece al mundo una apariencia ascética, al punto de que sus redes sociales no muestran inclinación ideológica alguna. A veces ni siquiera sus familiares más cercanos se enteran de que irán a votar por el que antes odiaban, con lo cual una justa comicial como la que comenzará a las 8 de la mañana de hoy representa un enigma para alquilar balcones.
¿Alquilaron sus balcones, amigos lectores? Es un decir, pero en esta oportunidad tan singular es un hecho que los resultados no se caracterizarán por las diferencias categóricas de las legislativas bonaerenses del 7 de septiembre o de las gubernativas correntinas del 31 de agosto.
Nunca antes un Gobierno Nacional había llegado tan desacomodado a las elecciones de medio término, golpeado por el criptoescándalo Libra, los audios del 3 por ciento y el caso del narcocandidato pelado que sigue estando en las boletas aunque haya sido reemplazado por otro llamado “Colorado”, apodo con rima que permitió confeccionar el spot de campaña seguramente más ocurrente y eficaz de toda la campaña.
El presidente Javier Milei logró introducir el mensaje que todo ciclo promercado en crisis utilizó en su momento más débil: aguanten porque no podemos retroceder en medio del río. Es una idea plana pero entradora que con muy poco despierta el germen gorila de todo pequeño burgués, aunque la economía ajustada por un plan de déficit cero fundado en dogmas anarcocapitalistas los haya conducido al acantilado de la inanición.
Menem dijo alguna vez “estamos mal pero vamos bien”. La vicepresidenta Michetti aludió a “la luz al final del túnel” y así, con ese mismo sentido, se habló del segundo semestre, de que lo peor ya pasó y de que es necesario sufrir hoy para disfrutar mañana. Todo lo contrario del peronismo de Perón que en poco menos de cinco años -con políticas de acción directa que incluyeron aguinaldo, vacaciones pagas y cosas esenciales como cunas para recién nacidos pobres- había dado vuelta patas para arriba un país con desigualdades sociales denigrantes.
Ahora el viejo dilema está presente una vez más: tenerlo todo ya sin que importe la sostenibilidad financiera futura o soportar la escasez para permitir que lleguen las inversiones que sembrarán de trabajos rentables estas pampas ricas en recursos naturales y tierras raras.
Esos pensamientos disyuntivos, verdaderos dilemas hogareños, atraviesan la psiquis del votante sigiloso que irá a poner su equis en la nómina de candidatos de la alianza que le venga en ganas hasta las 18 de hoy. Es muy bueno que así sea porque se corrobora la vivacidad democrática de un país generalmente escéptico.
Ellos, los que prefieren no irritar al de al lado con posteos provocativos a favor de tal o de cual, serán los protagonistas centrales de una jornada que mostrará la eficacia del intervencionismo extranjero, inédita estratagema de Estados Unidos para mantener con vida a su único aliado sudamericano. Y, de paso, para asegurar que los capitales especulativos que vinieron a hacer pingües ganancias con el carry trade puedan (en caso de que todo estalle por los aires) salirse del esquema de tipo de cambio abaratado que el Ministerio de Economía mantuvo como ancla de la inflación rebajada.
Hoy no será un día de triunfos arrolladores. Tampoco será un día de derrotas categóricas. La elección dejará, como las corrientes arremansadas del río Paraná, un poco de sedimento por acá y otro poco por allá. Y todos tendrán algo para festejar. El oficialismo nacional paladeará el crecimiento de su bancada con la posibilidad de alcanzar el tercio propio para sostener los vetos presidenciales. Y los oficialismos provinciales -en general ganadores- conseguirán colocar escuderos identificados con las estrategias provincianas para negociar un mejor trato del poder central.
El “téte a téte” entre las principales fuerzas nacionales en pugna mostrará hoy musculaturas equivalentes. Una, anabolizada por la inyección de divisas del “tío” Scott Bessent. La otra, potenciada por la expiación que representó para muchos exponentes de la política tradicional la reciente victoria del peronismo bonaerense, además de por la electrizante pulseada que mantuvo durante las últimas semanas el Banco Central argentino con la avidez de billetes verdes que los argentinos desencadenan cada vez que las defecciones gubernamentales despiden olor a devaluación.
¿Qué pasará mañana? Por lo pronto nada grave. Y no será gracias al talento endeudador de los actuales moradores de la Rosada sino por la decisión geopolítica de Donald Trump. Porque, a no dudarlo: si no hubiera sido por su ayuda (que en algún momento habrá que pagar con sangre, sudor y lágrimas a la banca del JP Morgan), hoy no estábamos acá lo más campantes, esperando la resolución electoral con el mate y los tallarines, en un escenario de tranquilidad relativa, dopados por la sobredosis de dólares frescos que nos habilitó el presidente MAGA.
La reconfiguración de la segunda etapa vendrá después. Con nuevos ministros, nuevos roles y nuevo plan económico. Y lo más importante, sin hecatombe social ni helicóptero. Pero esta columna solamente prometía anticipar lo que pasará hoy y mañana. Pasado mañana, veremos.

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