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Es la lógica del mal menor, estúpido

El resonante triunfo electoral del gobierno por sobre el kirchnerismo, especialmente en la Provincia de Buenos Aires, nos confirma la continuidad en el imaginario social de la brutal dicotomía de la política argentina: peronismo/antiperonismo. No todo fue el amor a la gestión gubernamental, primó el espanto al regreso de una concepción ideológica que gobernó dieciséis de los últimos veintidós años.

Domingo, 02 de noviembre de 2025 a las 12:07

“El peronismo y el antiperonismo representan mucho más que simples corrientes políticas: encierran visiones contrapuestas de país, historias personales y aspiraciones colectivas. Comprender esta dualidad resulta esencial para interpretar el pasado, el presente y el futuro argentino”

Jorge Fontevecchia

                   La popular frase del estratega electoral de la campaña de Bill Clinton en 1992, “es la economía, estúpido”, ha servido, en las más diversas circunstancias, para señalar aquello que es esencial dentro de un abanico de variables.

                   Apoyándome en la misma, me pregunto, y pregunto al lector, obviamente con el diario del lunes, si podemos identificar la razón fundamental sobre la cual pivoteó el inesperado triunfo, por su amplitud, de La Libertad Avanza sobre Fuerza Patria.

                   Obviamente que los fenómenos políticos son multicausales, se incluye en ellos  las emociones finales del elector al emitir el voto en uno u otro sentido. Pero siempre hay una explicación nuclear que determina un resultado electoral.

                   Si el 7 de setiembre el peronismo/kirchnerismo derrotó por casi catorce puntos a los libertarios, ¿tiene alguna lógica que un mes y medio después el mismo electorado haya determinado que se diera vuelta la tortilla? ¿Es así de volátil las voluntad electoral bonaerense?

                   Y me refiero a la Provincia de Buenos Aires, no sólo porque allí mora el 37% del padrón electoral, sino porque es el refugio principal de la principal oposición: el kirchnerismo. Quizás ello sea aplicable al resto del país, dónde la diferencia fue muy importante en favor del gobierno.

“Perdió la cátedra. No hubo paridad, el oficialismo ganó con cómoda diferencia. Se subestimó el voto “anti”, que movilizó a muchos votantes ante el temor del regreso”

                   Todos los análisis apuntaban al resultado equilibrado. Ponían en el debe del gobierno los hechos de corrupción, la inestabilidad cambiaria, las peleas internas. No sabían cuánto podría medir el apoyo de Trump.

                   No está de más señalar que entre una y otra elección, hubo una recuperación de la participación electoral de más de un 7%, por lo que con una simple cuenta aritmética podríamos concluir que los votantes que habían quedado en casa en setiembre, se volcaron masivamente en octubre a La Libertad Avanza.

                   El miedo es un brutal disciplinador de las conductas humanas y, a la vez, un poderoso afrodisíaco en materia electoral. Pero, ¿miedo por qué? ¿miedo a qué? Pues bien, la respuesta no puede ser más simple: miedo de grandes sectores de ciudadanos al regreso del kirchnerismo.

                   Paradójicamente, el disparador del miedo fue el triunfo peronista en setiembre. Un oxímoron electoral que se tradujo en conductas autodefensivas, el instinto de supervivencia.

                   Es plenamente aplicable la gastada cita borgiana –“no nos une el amor, sino el espanto”- a la situación. Aquéllos que apenas un mes atrás se quedaron apoltronados en sus casas, se sacudieron la modorra y acudieron motivados por ponerle un manto de duda a la intención de regreso del kirchnerismo al poder en 2027.

                   La publicidad electoral, difundida en todo el país, del primer candidato a diputado de Fuerza Patria, dónde se muestra a los protagonistas de las gestiones pasadas del peronismo -Néstor y Cristina Kirchner, Sergio Massa, Juan Grabois, Axel Kicillof, las Madres- dispararon las alarmas “gorilas” ante la posibilidad de “El regreso de los muertos vivos” (permítaseme esa licencia metafórica).

                   Entonces, hizo su aparición el gran protagonista de la jornada electoral, el temor por la reaparición, y, antes que votar al gobierno por convencimiento, lo hicieron como el mal menor ante la avanzada peronista.

“Las visiones irreconciliables en la política argentina siguen marcando el imaginario social. Hoy, el antiperonismo se vistió con los ropajes libertarios”

                   Y allí debemos entrar a considerar la historia recurrente de la Argentina de los últimos 75 años, la dicotomía brutal de peronismo/antiperonismo que, con distintas intensidades, marca todavía la impronta del imaginario político argentino.

                   En la actualidad, el antiperonismo no constituye un bloque homogéneo. Abarca desde sectores liberales y conservadores hasta progresistas desencantados, aunque persiste un hilo conductor: la idea de que el peronismo obstaculiza la modernización del país y genera clientelismo y pobreza de manera continua, “fabricando pobres”.

                   Así como para John William Cook, el peronismo es el hecho maldito del país burgués, vale decir que su antítesis, el antiperonismo, es el sentimiento visceral de odio a su contrario, que se encarna en diversos espacios políticos, en éste caso en los libertarios.

                   Por ello, es atinada la cita de Jorge Fontevecchia, dónde nos hace notar que la dicotomía casi cardinal de la vida argentina, encierra no sólo visiones contrapuestas de proyectos de país, sino historias personales y aspiraciones colectivas.

                   El ensayista Alejandro Grimson advierte que la oposición es emocional más que racional o política. El antiperonismo necesita del peronismo para existir, del mismo modo que el peronismo necesita de su antagonista.

                   La casi secular antinomia que domina la política criolla, permite la continuidad de lo que podríamos denominar como el error estructural que detiene el desarrollo argentino.

“El error estructural de la política argentina, que detiene nuestro desarrollo, es creer que la democracia consiste en la posibilidad de eliminar al adversario”

                   A esta altura, conviene preguntarse en qué consiste el éxito político: nada más y nada menos en que los logros de una gestión sean asumidos y continuados por gobiernos de signo ideológico diferente. Como afirmaba Margaret Thatcher, el verdadero reconocimiento se alcanza cuando el adversario incorpora las ideas propias. 

                   En Argentina, sin embargo, persiste la ilusión de que se puede eliminar simbólica o materialmente al adversario político, error que supone un costo económico y social altísimo y nos condena a la repetición de crisis cíclicas.

                   ¿Qué es el riesgo país sino el peligro que significa la inestabilidad política, dónde los sectores en pugna cambian de cuajo los parámetros en función de gobierno? La continuidad y consistencia de ciertas políticas, las convierten en “políticas públicas”, que le dan estabilidad al funcionamiento global de una nación.

                   Hay ejemplos reveladores en la propia Sudamérica. Brasil, Chile y Uruguay muestran que la alternancia política puede convivir con la continuidad de lineamientos básicos.

                   La sensación generalizada de miedo atraviesa a la sociedad argentina y se refleja tanto en el accionar político como en las conductas individuales y colectivas. La dificultad para confiar, la angustia, el silencio y la búsqueda de sentido resumen el clima social y político del momento.

                   Por lo que “…odiándonos sol a sol, revolviendo más, en los restos de un amor, con un camino recto, a la desesperación, desenlace de un cuento de terror”, necesitamos -parafraseando a la Bersuit Vergarabat- un pacto para vivir.

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