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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El tiempo dirá

Por Emilio Zola

Especial

Para El Litoral

Cuánto tiempo tiene Massa? ¿Tiene tiempo Massa? El ministro de Economía que bajo su diestra fundió tres carteras para, en teoría, aglutinar el poder que le permitirá corregir el rumbo del país hasta detener la escalada de precios y bajar los escalofriantes índices de pobreza, dejó rápidamente de ser el talismán de las buenas noticias efímeras y se dejó ver tal como es, un político de grandes aspiraciones y equivalentes limitaciones.

Sergio Massa tiene dos relojes. Uno corre a la velocidad del rayo y marca la brecha temporoespacial abierta por las circunstancias caóticas que la catapultaron al gabinete. En ese espacio de tiempo signado por la expectativa comunitaria de recuperar la normalidad de una existencia sin sobresaltos, discurre la vida política del ministro y se juega el destino del peronismo.

El otro reloj avanza más lento pero con un epílogo inexorable. El fin de su recorrido coincide con el 9 de diciembre de 2023, cuando la administración de Alberto Fernández termine su mandato. Es la frontera institucional entendida como el cierre definitivo de un ciclo que la oposición espera para volver y demostrar que la ortodoxia de Cambiemos, después de todo, no era ese monstruo que condena a la miseria a miles de argentinos sino un camino que, a costa de sacrificios y sufrimiento, insertará al país en el mundo desarrollado. 

¿Cuál de las dos alternativas es la que sirve? ¿Un ajuste que, rodeado por cierto halo de indulgencia social, sostenga al menos una parte del entramado de asistencialismo “planero” que tantas arcadas detona en los estómagos promercado? ¿O el puñal de los recortes hundido hasta el hueso del gasto público, de modo tal que sólo sobrevivan los más aptos para la jungla del capitalismo desregulado? ¿Sirve alguna de estas dos teorías? 

El tiempo responderá esos interrogantes y comenzará por esa brecha de moderadísima esperanza peronista llamada Massa. Es decir, los dos o tres meses de gestión que, como máximo, tiene por delante el jefe de Economía para entregar resultados que se perciban más allá de la retórica comunicacional. Que se sientan en el bolsillo, en la rutina de un trabajador que pasa por el supermercado y observa que el precio de la leche se mantuvo estanco.

Como ya se ha dicho en esta columna, el titular de la cartera económica (y de Agricultura, y de Desarrollo Productivo y de Energía) tiene las mejores relaciones con el establishment y es desde allí, mediante acuerdos con los grupos económicos más gravitantes, que buscará una escalera para salir del pozo económico en el que ha caído la Argentina, empujada por una corrida inflacionaria que en junio alcanzó la medición más alta de los últimos 20 años con 7.4 puntos, lo que equivale a una proyección terrorífica para fin de año.

Demasiado pronto para balances, el desempeño de Sergio Massa como cabeza de la falange gubernamental promete más que cumplir. La receta agitada por el ministro es prácticamente la misma que nunca le dejaron aplicar al desahuciado Martín Guzmán, con la única diferencia de que el tigrense mantiene el consenso interno en un delicado equilibrio de las fuerzas aliadas en el Frente de Todos, que sin embargo no logró evitar cortocircuitos como el fracasado intento de imponer a Gabriel Rubinstein como viceministro. El postulante, conocido por su raid tuitero anti-k, fue inmediatamente vetado por el cristinismo.

Así las cosas, hasta el día de hoy el rol de Secretario de Política Económica de la Nación (cuyo titular es tan decisivo que lleva el rótulo de viceministro) sigue vacante, lo que implica que el “superministerio” massista, conducido por un abogado que podrá tener toda la cancha que se le atribuye pero no es idóneo, continúa sin un macroeconomista que defina hacia dónde hay que ir en materia de política monetaria, fiscal y cambiaria, las tres grandes herramientas del Estado para controlar el sistema.

Muchos creían que a estas alturas el jefe del Palacio de Hacienda ya estaría jugando con pelota dominada, pero lo cierto es que ni siquiera pudo completar su equipo. La interna pesa tanto como siempre en las decisiones de un funcionario llamado a salvar de la hoguera al oficialismo mediante un plan que sigue sin delinearse, con claros síntomas de que el Gobierno Nacional continúa su derrotero hacia el vacío de poder que sobrevendrá si “el” Sergio, a pesar de todos sus pergaminos, no toma decisiones de fondo en el cortísimo plazo.

Hasta ahora todo pasa por demostraciones bienintencionadas y retoques técnicos como el aumento de la tasa de interés, lo que motiva a los ahorristas a dejar sus pesos en el banco pero contrae la economía al encarecer los créditos. Se trata de una medida en un contexto de sábana corta que consigue por un lado lo que pierde por el otro, con lo cual solamente se gana un poco de tiempo en una emergencia que demanda cirugía a corazón abierto. 

¿Cuáles medidas hacen falta? Citemos algunas: un sensible aumento de la recaudación fruto de un acuerdo estratégico entre el Gobierno y los sectores capaces de obtener dólares a través de las exportaciones; una inyección de capitales aportada por los amigos que Massa dice tener entre los dueños del dinero; una reconversión del sistema de planes sociales que separe paja del trigo y transforme a los beneficiarios de subsidios en trabajadores registrados cuyos aportes enriquezcan la empobrecida alcancía del sistema de jubilaciones.

Hay muchas opciones para poner en práctica, pero falta la autoridad política que alguna vez tuvo el gobernador José Manuel De la Sota cuando, a principios de la década del 2000, cumplió con su promesa electoral de rebajar un 30 por ciento los impuestos cordobeses a cambio de que el arco empresarial invirtiera esos excedentes en la generación de empleo.

El decreto dictado en aquel momento por el hoy fallecido exmandatario mediterráneo (se dice que si no chocaba trágicamente en su viaje a Río Cuarto hubiera podido ser el candidato natural del peronismo en vez de Alberto Fernández) logró un éxito que es material de estudio en las universidades y sigue vigente, al punto de que la Docta encabeza hasta el día de hoy el índice de empleo privado.

¿Podrá Massa hacer algo similar a nivel nacional? ¿Tiene resto para producir las demostraciones de fuerza que hagan saber con indubitable certeza que la firmeza de sus decisiones se impondrá a la hora de negociar con las corporaciones empresariales hasta lograr los resultados que la hora demanda? Por ahora todo es un enorme ensayo cuya evolución viene demasiado enrevesada y nadie se atreve a predecir. Lo único claro es que el titular del área más caliente del organigrama gubernamental tiene poco tiempo. Muy poco.

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