Siempre procuré tener una próxima. Muy cerca de las manos y las ideas. Más aún cuando ahora inundaron hace un tiempo el mercado, lapiceras que son el ideal para escribir, dibujar, disponer, siempre prestas a dejar grabadas cuántas ideas surgen.
Si bien son a tinta, tienen definición atildada para salir indemnes de todo compromiso de escritura, dibujo o cuanto se le ocurra. De esas portentosas, que aseguran fluidez de tinta, con elección de espesura de escritura, con un trazo indeleble, perfecto, siempre dispuesta a lucirse en cada prueba, con acopio permanente, que asegura continuidad hasta el infinito.
Los amigos, el cafecito, la palabra, la lapicera, son infalibles comensales para entablar cualquier conversación, intercambio de opinión, y hasta discutir, total, con toda seguridad algo va a quedar escrito, que me recuerde el encuentro.
Pero más que nada, permitirme, a garabatear frases buscando una en particular que me dé el motivo de una campaña publicitaria, que como creativo muchas veces la puse a prueba, tratando de hallarla en la repetición sistemática de la palabra buscada, junto al diario café.
Hoy, prácticamente instalado en “cuarteles de invierno”, dedicado solamente a escribir, amén de locución de mi programa radial dominical, la lapicera, ésa que les acabo de contar, no está ausente, siempre me acompaña, casi, casi, como el cafecito mañanero, con buena espuma y sabor profundo, como testigo fiel.
Es que en ese ámbito que la lapicera forma parte, habitan sobre la mesita de degustación o compañía de fuerte vicio, diarios, algún libro, y el amigo no casual que se apresta abordar para que entre café y café, podamos resolver el problema argentino.
Esa lapicera, que en silencio participa de cada hecho que conforma la ceremonia de informarnos, es decir poder entender por qué somos lo que somos.
Me interesa más la lapicera que el celular, porque de hecho tiene más solvencia para entablar temas profundos, y no esa “droga” que es en definitiva una agenda electrónica, o por lo menos eso en su acotada medida.
Tengo amigos que dibujan dando riendas sueltas a su increíble capacidad creativa, de hacer del dibujo su vía de comunicación interna y externa, con Eugenio Led, por ejemplo, incomparable artista plástico y gran fotógrafo, con esa minúscula pero portentosa lapicera de donde salen infinitos personajes.
Decía que otras veces, permitió que ella reinara a medida producía, esbozando ideas para mi programa radial en vivo “Con Todo Respeto”, que lo hacía desde “Café del Sol.”
No solo recalaban las ideas, sino también los amigos, columnas de la cultura como el inefable escritor y periodista Martín Alvarenga. Cualquier tema venía bien. Todo era útil. Cuyo final del encuentro, era la suma de papeles que daban cuenta de miles de palabras escritas, más dibujos que eran señales, símbolos de una charla fructífera.
Esto, en mi vida, tiene un principio, siempre tuve la suerte, no de seleccionar, sino de dar espontáneamente con personas talentosas, que se sumaban a mi mesa, y delos cuales honestamente aprendía.
…siempre tomar nota de lo bueno y lo malo de cuanto sucede, porque aprendemos formándonos, sabiendo de lo uno y de lo otro, concluyendo lo correcto o incorrecto.
Nada nos era ajeno, música, cine, medios de comunicación cuyo primer lugar era ocupado, por supuesto por la radio. Pero, también la gráfica, algún libro, o las vivencias de alguno que rompía lo cotidiano y todos nos sumábamos escuchando, participando, aprendiendo de alguna manera.
Por supuesto, la política, el deporte. Había un interés natural en los jóvenes que leer por entonces era el deporte nacional preferido de los argentinos.
Claro, para tipos con inquietudes, había interés por saber, abundar de conocimientos todo lo posible. Grandes periodistas radiales, como Miguel Angel Merellano, Hugo Guerrero Marthineitz, eran referentes muy escuchados. Paloma “Blakie” Efrom, Magadalena Ruíz Guiñazú, dos talentosas mujeres con mucha sapiencia y motivos para pensar.
Y, en lo popular, Antonio Carrizo, la gran voz, excelente seleccionador de música de Buenos Aires y grandes temas, como Jorge Luis Borges, o Atahualpa Yupanqui, Roberto Goyeneche, Alberto Castillo.
Entonces, la excelencia estaba de moda, porque el nivel de los periodistas era superlativo por el interés del público que de todas las edades se sumaban a la larga peregrinación de exigentes oyentes.
“Pepe” Eliaschev, un gran preguntador, de palabras cortas, porque en realidad como él me lo dijo, el invitado era el personaje no yo. Yo, soy solamente el conductor, el provocador para que la respuesta tenga su intensidad.
Le pregunté cómo hacía, para llevar siempre a su programa gente de tanta valía, y me dijo que tal vez algo de intuición, que él también se sorprendía de cada entrevistado invitado.
Muchos han contribuido sin saberlo, que su aporte, que su riqueza personal, me han permitido meritoriamente, enriquecer mi mundo de apuntes y lapicera, aunque no escriba, allí está, toda tinta, siempre predispuesta, ojos y oídos bien abiertos.
Esa tarea anexa de café, amigos y lapicera, enriquece a quienes estamos predispuestos a registrarlos, aprender, informarnos, porque una sociedad es la gente y sus humores, las personas por excelencia.
Y comprender a la gente, es muy importante. Es poder advertir todas las vicisitudes que en ella se desvelan. Es el latir mismo, de un ser que amamos y que en su conjunto es la piedra basal de un país todo.
La moraleja podría ser: siempre tomar nota de lo bueno y lo malo de cuanto sucede, porque aprendemos formándonos, sabiendo de lo uno y de lo otro, concluyendo lo correcto o incorrecto.