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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Teoría de la estupidez

 

Bonhoeffer, ahorcado por criticar a Hitler en 1945, dijo que el ser humano puede ser malvado o estúpido. Pero añadió: el estúpido es el más peligroso.

Olvidado en los escondrijos inequitativos de la historiografía occidental, Dietrich Bonhoeffer, un militante antinazi que pudo haber escapado de las garras de la Gestapo, decidió dejar su residencia en Estados Unidos para volver a Alemania en 1940, para enfrentar a Hitler desde la prédica de ideas que proponían una alternativa de reconfiguración social frente a la alienación generalizada que había observado en sus connacionales.

No comprendía las razones por las cuales una nación culta, democrática y moderna como la Alemania de la República de Weimar había comenzado a hundirse en las cloacas ideológicas de un mesiánico que proponía una purga política y racial para recuperar el esplendor perdido luego de la Primera Gran Guerra.

Sus amigos se lo advirtieron: si vuelves pondrás en riesgo tu vida y serás perseguido. “No puedo quedarme aquí mientras mi pueblo es conducido al infierno. Debo regresar y padecer el proceso desde adentro para luego, cuando llegue el momento de la reconstrucción, tener derecho a ser parte de él”. Con ese argumento Dietrich, quien se había graduado como teólogo y llegó a ser pastor luterano, regresó a la Europa violenta y fracturada en la que resistió con prédica del evangelio desde una perspectiva terrenal muy tangible, pues nunca dejó de expresar sus ideas en sus libros, publicaciones clandestinas y reuniones secretas.

Bonhoeffer sabía que vendrían por él aquella tarde en su modesta habitación de Berlín. Se dejó capturar y terminó arrestado. En prisión, donde moriría ejecutado sin juicio y sin pruebas de haber conspirado contra el Führer, escribió cartas en las que plasmó su “Teoría de la Estupidez Humana”, un desarrollo filosófico al que abrevamos para comprender la conducta autodestructiva de los pueblos cuando de elegir líderes se trata.

Desde su calabozo de Flossenbürg y con la certeza de que su destino era el martirio, Bonhoeffer fue autocrítico para analizar las malas decisiones. ¿Fue la mejor alternativa regresar a Alemania en plena consolidación del nacionalsocialismo, después de haber combatido al Hitler larval de 1933? Podría decirse que tomó una decisión estúpida, pero no. 

La estupidez humana no deriva del altruismo ni de las causas justas que tantas veces terminan con la inmolación de las figuras más inspiradoras del pensamiento libre, sino de una conjugación de disvalores a saber: la ignorancia, la facilidad con que las personas ignorantes se autoconvencen de una falsa solvencia intelectual y la indetectabilidad de este proceso tan nocivo.

Frente al análisis del filósofo antinazi (nacido en Polonia en 1906), resulta sumamente simple encuadrar la conducta de los votantes argentinos en las elecciones del año pasado. La sociedad no votó para que un presidente urdiese una trama que le permitiera gobernar sin el contralor parlamentario, a tiro de decreto y con políticas de ajuste que empujaron a la pobreza a cientos de miles de argentinos en poco menos de 20 días. Querían un cambio y se convencieron de que todo lo malo había pasado con el ocaso del opaco Alberto Fernández, creyeron que Javier Milei equilibraría la balanza con su canturreo de “la casta”.

En ese contexto aplican como si hubieran sido escritas ayer las máximas de Dietrich Bonhoeffer, para quien el peligro de la estupidez reside en que el estúpido no se percibe como tal, sino que siente una autosuficiencia intelectual que lo habilita a tomar posición con gestos de autenticidad, como si sus pregones provinieran de su propia habilidad discernidora cuando en realidad están motorizados por simplismos y superficialidades ajenas.

“El real peligro de estas personas es que sus opiniones son influenciables por los medios de comunicación, que de esa forma los convierten en multiplicadores de un mensaje funcional a los modelos totalitarios”, advertía Bonhoeffer en 1944, cuando ni por asomo se especulaba con ese fenómeno que hoy inunda de placebos, engañifas y falsas noticias la realidad digital a la que tantos se conectan para vivir otras vidas. De las redes sociales hablamos, claro.

Un presidente no debería reaccionar con saña ante el fracaso de un proyecto de ley, por más importante que fuera. Dejar a los docentes sin su fuente de ingresos mediante la interrupción del fondo compensador salarial que trabajosamente se articuló para garantizar la evolución salarial de nuestros maestros y profesores no pareciera ser una medida conducente al crecimiento de una Argentina exitosa como la que promete el libertario.

Eliminar de cuajo los subsidios al transporte como método de revancha contra los gobernadores que osaron disentir parcialmente con su llamada “Ley Ómnibus”, puede funcionar como un tornillo de banco para quebrar los nudillos de los mandatarios más rebeldes, pero no los castiga a ellos solamente sino a miles de trabajadores que se quedan literalmente a pie como consecuencia del encarecimiento meteórico del boleto.

¿Esperaban los argentinos que votaron por Milei estas decisiones reactivas? ¿Consideraron la infiltración del PRO en el gabinete a pesar de que fue la tercera fuerza en la primera vuelta (mejor dicho, una fracción del derrotado Juntos por el Cambio)? ¿Imaginaban que el jefe de Estado echaría ministros por hablar con los medios o por ser parientes de legisladores? Seguro que no, pero de todas maneras metieron la boleta de La Libertad Avanza porque los estúpidos no son malos, solamente son insensatos.

Decía Bonhoeffer para explicar el fenómeno de masas que entronizó al peor de los asesinos del mundo contemporáneo: “Es más peligroso el estúpido porque hace cosas en perjuicio propio que a la vez dañan a la sociedad que integra, pero las hace desde una actitud de bonhomía ingenua y con la capacidad de mutar hacia otras posiciones, con lo cual nadie espera de él una acción dañosa”.

“La maldad es visible, puede reconocerse fácilmente porque en ella reside el germen de su propia subversión, con lo cual podemos resistirnos al mal, pero la estupidez aparece por sorpresa, consuma el daño y se esfuma sin que nadie pueda combatirla”, analizaba el filósofo y teólogo asesinado en un campo de concentración meses antes de la caída del Tercer Reich.

Byung Chul Han, filosofo coreano contemporáneo, coincide con los preceptos de Bonhoeffer en su obra “El Enjambre”. Allí advierte sobre la uniformidad de conductas y la insolvencia del razonamiento humano a partir de las redes sociales y de la llamada posverdad.

Android y Apple nos escuchan. Elon Musk bombardea con memes prefabricados por usinas descerebrantes y entretenimientos procrastinantes. La gente adopta modismos e interactúa motivada por algoritmos en espacios de difusión de alcance viral y por noticias que -como siempre- están sesgadas. Sin darse cuenta, el individuo pierde autodeterminación y cree que piensa, pero solamente reproduce el pensamiento de otros. Esos otros son el poder real.

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