Sobre la calle Catamarca entre General Paz y Las Heras, existía una casa de propiedad de una señora a la que en el barrio conocían como la Negra. Dicha finca, hoy modificada, contaba con un patio grande, en el centro se hallaba un árbol antiguo como los tiempos, un timbó. El local que servía para la adoración de San Baltasar en el mes de enero, era objeto de peregrinaciones de los otros barrios que visitaban la Cofradía del Timbó. En ella, el Santo recibía donaciones, ayudas, ofrendas etc.
No sólo de los afrodescendientes, todos los mestizos, los que se llaman blancos, etc. colaboraban con la Cofradía para curaciones, expresan que es muy milagroso y un poderoso talismán contra hechicerías, embrujos y otras maldades, pero donde la solidaridad se apreciaba con mayor elocuencia era cuando un cofrade fallecía, había que velarlo, ayudarlo al tránsito hacia el otro lado, (plano o barrio), para ello abrían todas las ventanas con el fin de que el alma no quedara atrapada; a ello se sumaba un entierro decente con una cruz del sincretismo religioso que nunca perdieron, haciendo sonar los tambores con sonidos de lamentos y lúgubres, propio de quienes oran por el alma del difunto. Estos pulsares permitían a los afrodescendientes o sus descendientes comunicarse con sus ancestros en el África, con el fin de cumplir con los sueños de libertad incumplidos.
Tomás vivía por la calle Brasil entre Rivadavia y Moreno; su apodo era Cambacito, un hombre de pocas palabras, moreno de ley, trabajador incansable, changarín del puerto, de ideología política radical. Cuando se pasaba de copas, generalmente los fines de semana en las etapas duras del régimen político de la década de 1940/1950, Cambacito generalmente dormía gracias a las denuncias de sus inefables vecinos en la comisaría Tercera Seccional Urbana, eran mala gente. El pobre no hacía daño a nadie, sólo gritaba: “Viva del Doctor Hipólito Yrigoyen y el partido radical”. Esto enfurecía a los nuevos fanáticos del régimen. La montada venía tras Cambacito y a rastras lo llevaban a la mencionada comisaría.
Era asiduo concurrente a la Cofradía de la Negra, hacía sus aportes regularmente, contaba a los jóvenes del barrio que descendía de esclavos que venían de muy lejos de otro continente, por tradición se transmitían creencias, antiguos rezos dedicados a los dioses de la lejana tierra.
En las noches que pasaba en el calabozo no gritaba su grito de guerra. “Viva el partido radical…”, solo susurraba oraciones que los guardias escuchaban como una letanía que los contagiaba; unos sostienen que incluso aparecían sombras inexplicables apreciables bajo la débil luz del alumbrado eléctrico. Amanecía con una sonrisa sincera, que determinaba su libertad, la verdad es que con el tiempo comenzaron a apreciarlo, lo abrigaban y cuidaban.
El tiempo inexorable pasa. Tomás enfermó, su vecina del conventillo, doña Juana, lo ayudaba en todo. El enfermo le pidió por favor que se comunicara con la Negra haciéndole saber su estado, expresaba que sus padres venían a buscarlo en las noches, le predijeron que pronto se iría con ellos, acompañados de San Baltasar que protegía a los humanos de brujerías y hechicerías.
Asiendo la mano de la buena mujer le entregó un San Baltasar envuelto en lienzo, le pidió también le entregara a la mujer del Timbó.
Tal como vino al mundo Cambacito, en su pieza húmeda, piso de tierra, un camastro pobre, austero, eran sus únicas posesiones.
La Cofradía se hizo cargo de su entierro, lo velaron tantas noches como exigía el ritual en el Timbó, lo enterraron con dignidad y decencia.
En el barrio corrían rumores contradictorios, unos se alegraban que el negro borracho se fuera al otro mundo, unos pocos lamentaban su partida.
Generalmente en noches frías en el barrio los vecinos mal intencionados, escuchan el grito que emerge del más allá: “Viva el Dr. Hipólito Yrigoyen y el partido radical”, a más de uno se le hiela la piel y especialmente la conciencia por su malicia.
En la Comisaría Tercera Seccional Urbana la celda que ocupara tantas veces Cambacito, los policías entronizaron un San Baltasar de humilde factura, que una señora trajo en donación para rendir homenaje a Tomás.
En noches de sábados la oración del Negro se escucha, calma los ánimos de los otros detenidos, de la guardia y de algún extraño que no entiende lo que pasa en el lugar, en que el espíritu del cambá quedó impregnado en sus noches de bohemia.
Adiós Cambacito.