El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.
Poética
Me interesan especialmente aquellos discursos poéticos que se desplazan de las formas dominantes de enunciación, capaces de cuestionar las presuntas evidencias del sentido común. Pero una poética no es sólo una estética del lenguaje; también es una forma de vida, un modo particular de respirar ante un mundo agrietado. Al menos en mi caso, procuro escribir como vivo, resistiendo la asfixia, creando huecos a través de la escritura poética. Para eso me parece imprescindible un trabajo de distanciamiento, una posición en exilio; algo así como aprender a mirar de lejos o hacer de las palabras un camino para excavar entre los escombros. La poesía, así concebida, es un campo de exploración insegura que exige despojarse de los tópicos para ir hacia lo desconocido. Incluso si asumimos que se trata de una tarea estrictamente interminable, estoy convencido de que la poesía más valiosa puede horadar el orden simbólico hegemónico, aunque eso suponga llevar al desierto al propio poema. Las múltiples tentativas, los ensayos nocturnos, son formas de aproximarse a lo que permanece indecible en otros órdenes del discurso. No hay desenlace para esa búsqueda constante. Desde esta perspectiva, el arte poético más relevante es aquel que evita toda forma de conformismo, persiguiendo resquicios que nos permiten, a pesar de todo, caminar en la cuerda floja, despojado de certezas inamovibles. ¿Para qué la poesía sino para mostrar la intemperie en la que nos movemos o, si se prefiere, la fragilidad común que nos constituye? ¿Qué sería lo poético sin esa interrogación sin término que nos expone a nuestros límites? Una apuesta semejante, que es tanto estética como ética, supone ir más allá del juego, incluso si la dimensión lúdica de la escritura forma parte de la experiencia musical que lo poético convoca. Detrás de esa música, lo que persiste es el latido de la añoranza. Puede que poetizar sea, en esta acepción, moverse en una constelación de sentido abierta e inestable, una especie de fuente de la que brota, en los mejores casos, la promesa de otra vida. Como han insistido diferentes vanguardias artísticas del siglo XX, no es posible invocar esa promesa sin un lenguaje otro, sin una apuesta sostenida que rebase nuestras herencias. Si prescindimos de la revuelta íntima la literatura se hace dócil, una forma más o menos ritualizada de seguir ocultando nuestras servidumbres cotidianas. Si cabe alguna esperanza todavía no es cerrando los ojos ante nuestras heridas, sino luchando de forma activa por construir lo que nos falta, una belleza que no mienta, por decirlo así. Tal vez sólo de ese ejercicio lúcido de hacer algo con el naufragio del que partimos pueda nacer la posibilidad crítica de un desplazamiento. En una sociedad que amenaza con convertirse en irrespirable, la poesía quizás sea el mejor recordatorio de otras posibilidades humanas, inseparables al acto irrenunciable de soñar.
Arturo Borra
Muestrario mínimo
Una esperancita desquiciada
“... mi vecino tiene tormentas en la boca”.
J. Gelman
Tengo un acompañante que esquiva
los quejidos que lo clavan al suelo:
prefiere invocar vértigos mirando las nubes.
Trepa la noche, silba
subido a los árboles.
Cuando llueve a rabiar señala la pared
que escapa a la humedad.
Cuando se avecina una tormenta en los labios
fabrica una balsa para internarse
y forja escaleras para encender luces
a su tristeza.
Mi acompañante tiene ojos nuevos cuando su pena
trastabilla: ríe en la lluvia que oculta el cielo.
Colgado a una esperancita desquiciada
despereza sus desánimos,
rebusca la magia
que ni la tormenta en su boca apaga.
Casi todo
Más tarde supe: sobra
casi todo.
Esta escritura sobrante
sobrevive como una especie
que agoniza. No sé qué lenguaje apagado
invoca. En una grieta
me asomo hasta las últimas luces
y nada veo.
Sólo el desierto es consistente.
Los vencidos
Abrazar no
la derrota sino
los vencidos/ su
testimonio: una lengua
robada al letargo
desafiará la historia
y habrá desentierro/ genealogías
en las que rebuscar
alguna promesa
murmurando todavía.
***
A la orilla vulnerada
se acerca lo que sólo
puede sobrevivir ahí/ en la memoria
de su herida.
Lo que vive a contracorriente
para desafiar
el murmullo del agua.
***
Sorprendido de tanto nadar en la nada uno se habitúa a no ser uno; se empecina en nadar por una nada que tampoco es suya; se hace resta, nadie que nada por la aritmética donde uno no es uno.
Nadea por ahí, se desintegra entregado a la deriva en la que no queda más que un testimonio impropio, escritura sin voz, afonía empecinada en inventar un sonido,
y seguir nadando en la noche cuando nadie escucha, nadando en su nada, cuando no hay más que corriente,
nadiendo sin uno.
***
Te fumigan, te desahucian, te enjaulan; culpable de tu miseria, te estiran los brazos, te arrojan al suburbio, te invitan a marcharte, te dicen «pan» y te dan hambre, dicen «derecho» y te fustigan, dicen «abrigo» y la escarcha te sorprende a medianoche, te parten los dientes, te saquean, dicen «dios» y crean tu infierno, muelen tus huesos y dicen «futuro», te prestan una pajarera, aprietan tus esperanzas, levantan tumbas para los suicidas, abren escuelas para las sirvientitas desorientadas, te enseñan el credo de la rendición, disciplinan tus añoranzas, ultrajan tus sueños, confinan tus movimientos, informan por la radio de tu muerte mientras te niegas a firmar tu certificado de defunción, te declaran ruina, te condenan a ser «nadie», a reconocerte «ninguno», a respirar bajo el asfalto o dejar que tu sacrificio sea su salvación.
Planifican el desastre –y vos respirando, a pesar de todo, buscando una hendija.
[Poética 4]
En la vigilia del deseo te asomaste
a los umbrales del naufragio:
fueron figuras de la asfixia
desde las que desplazarte
para trazar lo (im)posible
surcar el esplendor saqueado
como anotaciones en el margen
que murmuran su todo tanto
aprendiendo a mirar
desde lejos
[Fantasma]
y a quién escribir
que no sea un fantasma
interrogando
la noche
***
¿Quién no busca
la tierra roja del corazón
donde amparar su pulso insomne?
Entre memoria y deseo
esta esperancita
irguiéndose desde el musgo
hasta una ventana que alguien abre
sin saber
de la brisa nocturna que le aguarda.
-xiii-
Naufragar así
en el resplandor repentino del mar
que baña de agosto nuestros cuerpos.
Solo este temblor impide reconciliarse
con la catástrofe que acontece
en el umbral de nuestros ojos.
Como si fuera posible
-en el fin de las dunas-
arriesgar un lugar
donde nunca estuvimos.