En 2013, lloré como argentino por la designación de Jorge Bergoglio como Papa. Hoy lo hago como persona, por alguien que ha dejado una profunda huella de humanismo en todos nosotros. Se fue un hombre justo, que supo combinar las exigencias pastorales con la necesaria renovación de la Iglesia. Su hábil muñeca le permitió atravesar, indemne, el ruido que provocó con sus reformas y la visión pacifista de un credo de tolerancia.